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LA CARRETA NAHUA![]() La gente se siente sabrecogida de terror cuando oye pasar la Carretanagua, que sale coma a la una de la mañana, en las noches ascuras y tenebrosas.
La Carretanagua al caminar hace un gran ruidaje; pareciera que rueda sobre un empedrado y que va recibiendo golpes y sacudidas violentas a cada paso. También pareciera que las ruedas tuvieran chateaduras. La verdad es que es grande el estruendo que hace al pasar par las calles silencias a deshoras de la noche. Los que han tenido suficiente valor de asomarse por alguna ventana y verla pasar, han dicho que es una carreta desvencijada y floja, más grande que las corrientes, cubierta de una sábana blanca a manera de tolda. Va conducida par una Muerte Quirina, envuelta en un sudario blanco, con su guadaña sobre el hombro izquierdo. Va tirada par dos bueyes encanijados y flacos, con las costillas casi de fuera; una color negro y el otro overo. No da vueltas en las esquinas. Pues si al llegar a una tiene que doblar, desaparece; y luego se la oye caminando sobre la otra calle. No saben los indios de Monimbó a ciencia cierta qué objetivo tengan las andanzas de la caretanagua. Creen algunos que pasa anunciando la próxima muerte de alguien; pues ya se ha visto que al siguiente día de haber pasado, una persona enferma de pronto, se pone «mala» y muere. ésa dice la gente que se la llevó la Carretanagua —por el hecho de que habiendo estado sana, enfermó y murió por el pase de la mortífera carreta. No son pocos los indios que aseguran que la Carretanagua no va tirada por bueyes, ni por ningún otro animal. Dicen que camina sola, es decir, por su propia virtud. Pero sea como fuere, la verdad, es que su paso es temido por la gente del Barrio Monimbó; porque les crea un ambiente de incertidumbre y desasosiego; y los hace interrogarse a sí mismos: «¿Pasará hoy por mí?—¿Estaré yo en la raya?» II Tomado de “Una carreta de leyenda,” en Eduardo Zepeda Henríquez: Mitología nicaragüense. Editorial “Manolo Morales,” Managua, 1987. . . . La verdad es que somos un pueblo fronterizo entre las realidades y los mitos. Por eso, de seguro, nos inventamos la Carretanagua; una carreta fantasma, que es como la sombra de nuestra carreta. «Nagual» o «nahualli» quiere decir brujo. De ahí que esa carreta mitológica sea, substancialmente, una carreta embrujada que salía por las noches, haciendo un ruido infernal, antes de que llegaran a nuestras calles el asfalto y los nuevos adoquines. Y adviértase que el mito de la Carretanagua es, sobre todo, auditivo, como que los vecinos de nuestras ciudades. Y asustados por el estruendo, casi no se atrevían a contemplar el paso de aquel espectro. En realidad, las calles nicaragüenses eran entonces empedradas, con tantos cantos irregulares, que se llegó a decir que la Carretanagua tenía, al parecer, las ruedas cuadradas . . .
(. . .) Nuestra Carretanagua, se distingue primero por su nocturnidad. Es, en efecto, el polo negativo del sistema binario; es el revés de la carreta que trabaja de sol a sol en el campo nicragüense; es, en definitiva, una carreta que conduce la Muerte. Nuestro pueblo dice también que la pareja de bueyes de la Carretanagua es una yunta de esqueletos . .. III
Tomado de "La Carreta Nahua" (fragmentos), en Milagros Palma: Senderos míticos de Nicaragua. Editorial Nueva América, Bogotá, 1987 Por las noches en el silencio de los caminos solitarios se oye pasar una misteriosa carreta. Los perros aullan y las personas que la ven quedan con fiebre del susto de la aterradora visión. Algunos pierden el habla por varios días y hasta se han mentado casos de muertos por el solo hecho de oír el ruido del chirriante paso de la carreta (...) En el barrio de Subtiava algunos testimonios nos aclaran mejor acerca de esta carreta bruja que muchos han oído su pavoroso ruido. Doña Julia, una anciana de 79 años, cuenta lo siguiente: «...Decía que la carreta nagua era una carreta que anda, en las noches. Esta carreta es bruja. Se le oía pasar y después se callaba al llegar al final de la calle. Se callaba porque no podía pasar las cruces que forman las calles en las esquinas. Yo a veces la oía pasar y me daba un miedo horrible y el corazón me hacía bum... bum... bum... como que se me iba a salir. También decían que era una procesión que encabezaba la carreta, hecha de huesos de muerto. Esta procesión salía muy a media noche. La gente, entonces, se asomaba a ver cuando pasaba esa procesión. Las personas que iban rezando en la procesión llamaban a los que salían a ver: —Téngame esta candela. El que cogía la candela de pronto se percataba que llevaba un hueso de muerto prendido...» Allá en Telica, sobre el camino que va de León a Chinandega, se oye mucho pasar la carreta nagua y doña Jacinta ya se las conoce todas a la bendita carreta, según sus propias palabras, pero su susto más grande nos lo evocó con escalofrío: “Yo estaba solita, íngrima, ya eran las once e a noche y Chon todavía no había llegado. Yo sabía que el vendría temprano a la casa porque había ido a la vela de la agüela de Chilo. Estaba yo pensando que era tarde, cuando de pronto oí un estrépito, los perros aullaban, las gallinas cacareaban, los animales estaban asustados. No había luna y las calles oscuras, oscuras. Yo temblaba pero al fin de cuentas decidí asomarme a ver lo que pasaba. Entonces agarré valor y salí. No ví mas que una inmensa carreta y pronto perdí el conocimiento, la vista se me nubló y caí privada. Al día siguiente todavía tenía calentura y pasé dos días sin poder hablar, el sonido de la vos no me salía. Eso le sucede a las personas que ven esa carreta. Dicen que esos pasajeros que llevan una vela prendida en cada mano y con la cabeza cubierta con una capuchas blancas, son las ánimas del purgatorio que andan penando...” Dicen que la carreta nagua pasa por las calles de los barrios de Granada. Don José Jesús recuerda que cuando él era chavalo se reunía a jugar con los chavalos del barrio del Bolsón pero ya de noche terminaban sentados en la acera de don Rubén, que tarde de noche, pasaba echando cuentos, pero el que más les gustaba a los muchachos era el de la carreta nagua. Esta es su versión: “...Se oía el correteo de la carreta, las ruedas parecía pegar en zanjones, algunos decía que los mismos que ahí iban montados la hacían sonar así. Los que lograban verla quedaban enfermos con calenturas bien altas. Pero lo mas feo era el ruidaje de la carreta que se quedaba suspendido en el aire, sonando frente a la casa como que nunca acabara de pasar. Algunos que salían con el ruido sólo veían una sombra lejana. La carreta era veloz porque nadie podía verla de cerca. La tal carreta pasaba entre la Cale Real y la Calle de Xalteva. Y entrada la noche lograba llegar a la pólvora viniendo del Cementerio pero al arrimar a los cruces se quedaba estancada. La carreta no puede pasar por las calles que forman una cruz. Al lado del barrio del Bolsón correteaba esa tal carreta. La carreta iba en barajustada de la Pólvora hasta un arroyo» (...) Todos estos relatos presentan una escalofriante sensación de terror que asedia constantemente a la gente hasta en el sueño. Según los testimonios este terror viene de tiempos lejanos y se ha transmitido de una generación a otra hasta nuestros días. En efecto, la visión mítica de la carreta nagua es la expresión del terror vivido por el indígena durante la conquista . . . En aquella época, los soldados españoles cogían de asalto los poblados indígenas . . . Las crónicas nos muestran a los conquistadores en sus caravanas de carretas tiradas por bueyes para el transporte de pertrechos y bastimentos. Los indios capturados eran encadenados a los postes de las carretas en largos y penosos recorridos. Esas expediciones sangrientas acabaron con el indígena . . . La carreta de bueyes fue introducida al Nuevo Mundo por los españoles. Con esta carreta bien cargada se desplazaban por las noches en los caminos destinados al paso de hombres a pie, haciendo un ruido infernal. Sin duda el indígena interpretó ese ruido inhabitual como una nueva manifestación de los espíritus nocturnos que lo asediaban, que han asediado desde tiempos inmemoriales el sosiego de los pueblos aborígenes. La visión mítica de esa carreta siempre nocturna ha llenado una función moralizadora como toda creencia alrededor de los espíritus burlones. Gracias a estos misteriosos terrores ancestrales la sociedad ha preservado en cierta medida la estabilidad precaria de la comunidad.
![]() LA CEGUA La leyenda de la Cegua que a través del tiempo se ha venido tejiendo entre nuestra gente campesina, cobra forma al brotar de los labios de cualquier sencillo narrador de esta clase. Según la conseja, se trata de mujeres perversas y sin escrúpulos que por las noches se disfrazan de espantajos poniéndose en la cabeza a modo de trenzas, crines de caballo, y con el rostro pintado salen a altas horas de la noche por las calles y caminos solitarios en busca del amante descarriado o del hombre que se ha burlado de su cariño. Esta es la mentada Cegua, muy distinta a como la pinta el escritor guatemalteco Soto Hall, que la hace aparecer como alma del otro mundo. Hace algunos años, cuando regresaba yo de la frontera hondureña de hacer una inspección por cuenta de la Compañía Hulera, tuve que pernoctar a causa de lo avanzado del día, en una de las haciendas aledañas a la guarda-raya. Ubencio Hernández se llamaba el administrador; era un viejo alto, fuerte y tostado por el sol. Don Ubencio, que se tenía un magnífico repertorio de leyendas y consejas, me contó esa noche ante un grupo de impávidos campistas y en torno al fuego crepitante de la cocina, una de sus tantas aventuras de brujas y aparecidos. Don Ubencio, como un preámbulo a su relato sacó un chilcagre de su bolsa, escupió chirre por la comisura de sus labios, se metió medio puro entre la boca y, apretando los dientes, lo partió por la mitad. Todo el engranaje molar de aquel viejo campesino se movía con deleite masticando el chicle de tabaco. -Como verá usté -comenzó don Ubencio-, en esta vida todos hemos tenido aventuras; las mías han sido muchas y divertidas. Para que le voá dicir, yo he sido muy mujerero y casualmente por eso es que me han pasado tantas vainas, pero algo le queda a uno de experencia para cuando llega a viejo. -Cierta vez -continuó diciéndome don Ubencio - me había cogido la noche en el llano, pues venía de cierta parte onde tenía mi albur tapado, no sé qué me dió mirar para atrás y vi que una luz me venía siguiendo, seguí caminando sin darle importancia, pero de momento comencé a inquietarme y volví de nuevo a mirar atrás; la maldita luz venía detrás de mi pisándome los talones, le apreté las chocoyas al caballo para que cogiera el trote tendido y así poder alejarme de la luz que cada vez la vía más cerca, pero cuál sería mi susto cuando al coger una vuelta del camino ví que la luz se vía encajado en las ancas del caballo. Le confieso que jué la primera vez en mi vida que sentí miedo al ver aquella enorme pelota verde en las nalgas del caballo; todo mi cuerpo se tiñó de verde, lo mismo que el caballo y una parte del camino por donde yo iba. La cabeza -se me puso grande, se me aflojaron las piernas y las riendas se me cayeron de las manos. Eso es lo único que recuerdo hasta que mevi acostado en una hamaca. Unos peones de la hacienda que jueron los que me recogieron, dicen que estaba tendido en mitá'el camino sin conocimiento. Pero de lo que más recuerdo hace don Ubencio es de la Cegua que le salió hace años, allá al otro lado de la frontera y muy cerca del pueblecito de Namasigüe. Don Ubencio era hondureño y cuando le sucedió el encuentro con la Cegua era mandador de campo en la Hacienda San Bernardo, propiedad del nicaragüense don Perfecto Tijerino. Don Ubencio se había ido al pueblecito de Namasigüe, como siempre lo hacía en busca de amores libres. Cuando dispuso regresar a la hacienda era ya de tarde y las sombras de la noche se le habían encajado cuando todavía iba de camino. Había llovido y la noche estaba helada, pero don Ubencio no la sentía porque llevaba sus buenas copas de aguardiente bien metidas entre el pecho. La media hoja de una luna tierna alumbraba débilmente en el respaldo oeste de un cielo que comenzaba a llenarse de titilantes puntos luminosos. Un viento que llegaba de los cerros vecinos mecía quejumbrosamente la tupida arboleda del camino solitario. Don Ubencio, inconsciente por el efecto de las copas iba embrocado sobre el almuerzo de la albarda en tanto que la bestia caminaba por su propio instinto. Cuando el caballo bajó al río, el mayoral fué despertado de su borrachera por una carcajada de mujer lanzada de la orilla opuesta al tiempo que un silbido agudo hería los tímpanos del hombre. En medio de su borrachera pudo distinguir entre el claroscuro de la ribera dos bultos sentados sobre una peña que emergía de las aguas, pero en ese momento le era imposible definir sus sexos, ya fuera por los vapores del aguardiente o por la densa oscuridad donde losfacultades ante el peligro, se incorporó, y parándose sobre los estribos puso la mano sobre la frente a modo de pantalla y escudriñó las sombras. A los pocos minutos de estar en esa posición sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad y pudo distinguir en sus menores detalles a las figuras que antes le fueran imprecisas. Se trataba de unas mujeres, mejor dicho, de unas ceguas, porque don Ubencio vió que estaban disfrazadas. De sus cabezas pendían unos guindajos como trenzas, estaban envueltas en trapos negros, y sus dientes, que tenían fulguraciones de fósforos, les castañeteaban como los de un perro rabioso. UHHHH LA CEGUAAAAAAAAAAA Don Ubencio oyó que las mujeres bailaban y cantaban sobre el peñazco, pero apenas alcanzó a oír las últimas palabras de la canción. fué oídos sordos ante la súplica de la hechicera, al pie de una mata'e rudaA lo que don Ubencio, siempre oportuno y gracioso en todo, aún ante el mismo peligro, les contestó: Ahora quiero que me digan propia puerta del Perdón, y en medio de todo el gentío cuál es la más tronconudaa que se había congregado para verle Las ceguas no daban muestras de huir; por el con- trario, inmóviles miraban fijamente al mayoral. Ante actitud retadora de aquellos espantajos, el hombre, en vez de atemorizarse entró en cólera, y picando es- puelas aventó su caballo a medio río al tiempo que les lanzaba una oración de esas que son como jaculatoriasy que don Ubencio se había aprendido de memoria ...Hasta que llegué onde el tata cura no la reconomo una defensa a los males que pudieran provocar sus , cí .....-, ...pues La Cegua era una mujer que continuas conquistas amorosas. había sido mi querida y que por infiel a su cariño que la había abandonado y la gran perra no bastándole loca.. Qué juerte venís! más juerte es mi Dios ¡ la Santísima Trinidá me libre de vos! ................La Ceguaaaaaaaa Qué juerte venís! más juerte es mi Dios ¡ la Santísima Trinidá me libre de vos! ..........La ceguaaaaaaaaa Qué juerte venís! más juerte es mi Dios ¡ la Santísima Trinidá me libre de vos! Dos balazos disparó al aire; una cegua salió huyendo, mientras la otra, en actitud hostil, seguía parada en la piedra tirándose sonoras carcajadas que hacían estremecer hasta las mismas piedras del camino. Don Ubencio, tanteándose los bolsillos, sacó un vasito de mostaza y, haciendo la señal de la cruz, le espetó de nuevo: -Ahora sí no te capiás, hijeputa, al tiempo que le tiraba un puño del polvo amarillo. La cegua, comprendiendo que estaba perdida, se le fué a echar a las propias patas del caballo. Ya con ésta me despido que pedía clemencia prometiendo enmendarse. -Allá se lo vas a decir al tata cura -fue la respuesta del hombre enardecido, y amarrándola con elcabresto del caballo se la llevó al cura del pueblo, quien después de echarle agua bendita la puso en late Padrenuestros para quitarle el poder de hechizar,porque según me contó don Ubencio, las malditas lo rezan al revés para tener poder contra la persona aesa leucción que le dí tuvo lo suficiente para no volverme a salir, porque eso jué hace munchos años y no la he vido dende entonces -terminó diciéndome don Ubencio, mientras encendía un puro en la mecha agonizante de su candil.
La Mocuana sale en La Trinidad ![]() Se cuenta que una hermosa mujer que tenía un hijo y se enamoró de un joven muy rico de otro pueblo, este hombre la quería a ella pero no a su hijo y le propuso de que lo regalara. Ella le dijo que no iba a dejar a sus hijo. Pero este hombre le dijo que la mataria a ella y a su hijo si no se casaba con él. Ella muy triste escapa para esconderse con su hijo en la cueva del cerro La Mocuana en La Trinidad, camino y camino dentro de la cueva hasta que se pierde y muere con su alma en pena; La leyenda cuenta que La Mocuana sale todas las noches despues de las 12, vestida con un vestido de seda blanco y si algún niño esta despierto o llorando ella llega y se lo lleva pensando que es su hijo. La gente de la Trinidad dicen que algunos la han visto por la carretera panamericana, Otros dicen que ya han intentado introducirse a lo profundo de la cueva pero se han visto imposibilitados a seguir ante la presencia de miles de murciélagos que viven allí. La leyenda de La Mocuana Orlando Valenzuela-La Prensa 18-06-01 Si León tiene sus leyendas de la “Carreta Nagua”, el “Caballo de Arrechavala” y el “Padre sin Cabeza”, y Masaya sus espantos de ahuizotes, La Trinidad no se queda atrás, y es dueña de una de las más fantásticas historias de la Nicaragua colonial y de uno de los personajes mitológicos más conocidos en ese período: La Mocuana. En el folleto “Leyendas Nicaragüenses”, Josefa María Montenegro escribe una versión de este cuento: “Aproximadamente en el año 1530, los españoles realizaron una expedición bien armada en territorio nicaragüense, para ampliar sus dominios e incrementar sus riquezas. En esta incursión los españoles lograron reducir a los indios de Sébaco, habitantes de la Laguna de Moyúa. El jefe de la tribu india, una vez vencido, obsequió a los conquistadores bolsas elaboradas con cuero de venado, llenas de pepitas de oro. La noticia en España de que los conquistadores habían regresado con grandes riquezas llamó la atención de un joven, quien esperaba vestir los hábitos y cuyo padre había muerto en esta incursión. Decidido, el joven se incorporó a una nueva expedición, y después de un largo y penoso recorrido llegó a suelo nicaragüense, donde fue muy bien recibido por los pobladores, creyendo que era un sacerdote. Ya en Sébaco, el joven conoció a la hermosa hija del cacique y la enamoró con intenciones de apoderarse de las riquezas de su padre. La joven india se enamoró perdidamente del español, y en prueba de su amor le dio a conocer el lugar donde su padre guardaba sus riquezas. Hay quienes afirman que el español también llegó a enamorarse verdaderamente de la joven india. El cacique, al conocer los amoríos entre su hija y el extranjero, se opuso a la relación, y éstos se vieron obligados a huir, pero el cacique los encontró y se enfrentó al español, logrando darle muerte. Luego encerró a su hija, a pesar de estar embarazada, en una cueva en los cerros. Pero hay versiones que aseguran que fue el español el que encerró a la india después de apoderarse de los tesoros. Cuenta la leyenda que La Mocuana enloqueció con el tiempo en su encierro, del que logró salirse después por un túnel, pero al hacerlo tiró a su pequeño hijo en un abismo, y desde entonces aparece por los caminos invitando a los caminantes a su cueva. Dicen los que la han encontrado que no se le ve la cara, sólo su esbelta figura y su hermosa y larga cabellera negra. En algunos lugares cuentan que cuando La Mocuana encuentra a un niño recién nacido, lo degüella y le deja un puñado de oro a los padres de la criatura. Hay otras versiones que aseguran que se lo lleva, dejando siempre las piezas de oro”. "Los ancianos indígenas campesinos de las montañas del Tisey y de Apaguají me relataron cómo habían formado al Primer hombre y a su mujer, según les contaban sus abuelos. Dijeron ellos que, hacía muchísimos años, mucho antes que hubiera gente sobre la tierra, vivía en lo más espeso del monte un viejito solitario que se preparaba él mismo la comida. Que un día no teniendo nada que hacer y sintiéndose muy aburrido, tomó una masa dura de maíz que le había sobrado después de haber hecho sus tortillas, y la reblandeció con sopa de frijoles y miel de jicote que tenía guardada en una jícara. Con esta masa reblandecida y ya suave hizo dos pequeños muñecos como del tamaño de una cuarta. Y que como se doblaban al ponerlos de pie, dispuso reforzarlos a cada uno con palitos y ramitas, con piedritas y conchitas finas pepenadas de la quebrada que pasaba cerca de su choza de palma. Que también les había metido dentro de las cajitas del cuerpo, una bolita de hule, dos pelotitas de algodón, lodo con chile, aguacate y clara de huevo de jolote, un pedacito de tiesto de comal, bejuquitos, gusanitos de tierra, dos frijoles rojos que estaban tirados en el suelo, popitas, tomates de monte, semillas de ayote, también de achiote y otras menudencias. Que como cabellos había usado pelo seco de maíz que tenía guardado en el cuiscoma. Y que estando así, ya bien rellenados, el viejito quiso forrarlos con unas hojas de tabaco que tenía para sus puros usando como hilo el mismo pelo de maíz. Que como las hojas de tabaco estaban secas y se quebraban a cada rato las había humedecido luego con agua medio salada. Así arreglados, dispuso cocerlos. Y que habiendo terminado por el mancuerno, al primer muñeco le había dejado una hilacha larga guindada, pues creía que iba a sobrarle hilo. Pero que al segundo muñequito lo había dejado abierto, porque precisamente cuando zurcía el gancho de las piernas se le había acabado el hilo. Y éste es el motivo por el cual los hombres tenían el gran colgajo por delante y las mujeres su tamaña gran rajadura.
![]() Los duendes son seres pequenitos, traviesos, astutos, de agilidad prodigiosa, de inteligencia superior y en extremo burlones. Aparentemente, con sus actos y hechos sencillos, son inofensivos. Pero una cosa es oir relatar las travesuras y jugarrteas de los duendes, y reirse a carcajadas con el relato; y otra, es ser victima o blanco de su punteria, tema o tirria. ![]()
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